Carolina Pizarro Cortés. Doctora en Literatura. |
Presentación de Ropa Usada de Pía Barros
Carolina Pizarro Cortés
Instituto de Estudios Avanzados
Universidad de Santiago
Ropa usada es un notable
conjunto de microcuentos, microrrelatos o microficciones. Más allá del amplio
abanico de nombres posibles para un mismo artefacto lingüístico, las
definiciones que se han hecho de este tipo de ejercicios narrativos tienen en
común el destacar, como una de sus rasgos característicos, su concisión o
brevedad. En efecto, hay ciertas convenciones que fijan su extensión en una
página a lo sumo, y como es bien sabido, una de sus versiones más breves es una
narración que cabe completa en una frase.
En la historia de la literatura, sin embargo, es posible
encontrar desde tiempos remotos formas estético-narrativas que también se
caracterizan por su brevedad. ¿Qué diferencia hay, entonces, entre una fábula
antigua o un exiemplo medieval y un microcuento contemporáneo? Como señala Juan
armando Epple, uno de los pioneros en la reflexión sobre su estética, “Lo que
distingue a estos textos como relatos es la existencia de una situación
narrativa única, formulada en un espacio imaginario y en su decurso temporal,
aunque algunos elementos de esta tríada (acción, espacio, tiempo), estén
simplemente sugeridos”. A esta unidad estilística
que prescinde de los detalles, se suma también el hecho de que los
microrrelatos funcionan como la punta de un iceberg, pues son ficciones que
suelen basarse en otros textos, que su lector o lectora debe conocer y por lo
mismo activar para completar el sentido del relato breve. Si bien este
principio se cumple a cabalidad en los microcuentos con una clara vocación
intertextual, no necesariamente es válido para otros, esos que no dan cuenta, a
través de indicios, de la presencia de un texto previo –o hipotexto, como se lo
conoce en jerga teórica– reconocible como tal. Lo que parece estar detrás de
esta variante es también una masa contundente que se adivina bajo la
superficie, pero que ya no está hecha de textualidades, sino de experiencias,
tanto sociales como individuales. Creo que en este volumen de microcuentos de
Pía Barros, aun cuando hay guiños literarios, el segundo tipo es el que domina
la escena, lo que otorga al conjunto una fuerza especial.
El libro se divide en dos partes: la primera reúne un total
de 27 microrrelatos de temas y estilos variados, sin unidad explícita. La segunda, que lleva el subtítulo que
identifica al volumen completo, “Ropa usada”, está compuesta por nueve
narraciones que se llaman igual, solo distinguibles por el número romano que
sucede al nombre. Veo aquí un contraste interesante: lo fragmentario versus la
unidad, que no se limita a la presentación de dos libros en uno, por cuanto hay
entre una y otra parte sutiles hilos conductores, ecos y espejeos, que tienen
que ver con esa materia densa que se adivina bajo la punta del iceberg.
En la miscelánea inicial, sin ir más lejos, es posible
distinguir algunas constantes de orden temático que aparecen aleatoriamente en
los distintos relatos. Uno de estos temas, bellamente tratado, es la relación
entre el cuerpo y la escritura. Relatos como “Cuento tal vez oído en un bar a
las tres de la mañana”, “Fracasos literarios”, “Historias tontas” y “Literatura”
funcionan en este registro. El primero es una reescritura fantástica –más aún
que el original– de Las mil y una noches.
Una Sherezade de cuerpo escriturado que contiene en sí todos los textos es la
garantía de una vida larga y feliz tanto para el escritor como para el lector
de los relatos que ella contiene. Algo similar observamos en “Historias
tontas”, en donde el cuerpo de un marinero lleva impresa una vida completa
legible a través de sus cicatrices. La literatura, en todos los sentidos
posibles del término, literalmente se encarna, constituyendo un continuo con el
sujeto. Estos cuatro microrrelatos, como veremos a continuación, pueden ser
visto como una micropóetica explícita que toma distintas formas en los otros
cuentos.
Una segunda línea temática que se desarrolla en la primera
parte del libro es la del mal amor: “Cuestión de confianza”, “Ruidos”, “Sin
tregua”, “Excrecencias”, “Geografías”, “Pasiones”, “Imágenes de San Salvador”, “Las
pieles del regreso”, “Prefiguración de la nostalgia” y “Contagio” giran en
torno de los sentimientos amorosos, vividos por sus protagonistas con dolor. Se
trata de micro-boleros en que el amor se funde con el padecimiento, las más de
las veces físico, lo que nos permite pesquisar un diálogo, tanto en el fondo
como en la forma, con representaciones latinoamericanas del sentimiento que nos
son tan familiares. En este caso, la densidad que subyace a los relatos es de
carácter cultural; hay una experiencia social del amor que se tematiza de
distintas formas. El cuerpo tiene aquí también sitio de honor, apareciendo en
la mayor parte de estos relatos como el campo de batalla en el que se
experimenta el sufrimiento por la amada o el amado. Por lo mismo, se trata de
relatos intensos, con una fuerte carga poética, pero que preservan un tinte
irónico que permite percibir nuevas aristas del tema amoroso.
Un tercer hilván que quisiera sugerir es el que une a los
cuentos cuya temática es la represión y/o la rebelión. Dentro de esta línea se
encuentran “Vandalismo”, “Redada”, “Prohibiciones”, “Sobrevivientes” y “Reflejos”.
Se adivina tras ellos la referencia a la historia política latinoamericana, a
su pasado reciente, a hechos frente a los cuales los sujetos resisten o
sucumben. En el tratamiento de este tema también vemos un giro, en la medida
que se incorpora la mirada de las nuevas generaciones. Estos cinco
microrrelatos componen una breve constelación sobre el problema de la memoria,
y responden, con distintas variantes, a la pregunta sobre qué hacer con ese
pasado que no se resuelve.
El cuarto hilo conductor, que también está contenido en
varios de los relatos antes mencionados, es el crimen. “Camino al hogar” y “Territorios”
pueden leerse como micro-policiales del horror, en que la psicopatía y los
bajos fondos aparecen representados. En el primero, la muerte violenta hace su
aparición ya consumada; en el segundo, se esconde tras los gestos de una dulce
niña. Lo familiar en ambos casos se presenta como todo lo contrario, tanto
porque la familia como institución adquiere tintes siniestros como porque eso
siniestro invade los espacios cotidianos.
Un tratamiento novedoso sobre el tema de la muerte es el
que constituye la última línea de sentido que vemos aparecer en la primera
parte del libro. “Testamento” y “La de bien morir” se mueven en este registro
singular que nos enfrenta al deceso esperado y sus consecuencias inmediatas
para los deudos del muriente. En ambas historias, que recortan de alguna manera
el momento de tránsito o transición, el que muere se va con rabia e intenta
dejar como herencia ese sentimiento.
Hasta aquí, como hemos visto, es posible encontrar rutas de
lectura en un mosaico altamente sugerente, que remite de una u otra forma a lo
corporal sensible, en vinculación con una historia y una cultura que nos es
propia. La segunda parte del libro, de manera complementaria, lo que se propone
es vestir este cuerpo con diferentes ropajes. Las distintas versiones de “Ropa
usada”, desde la I a la IX, constituyen variaciones sobre un mismo tema, al
modo como funciona una pieza musical. Se
trata de una serie de historias que giran en torno de una tienda misteriosa, suerte
de micro-mundo habitado por una dependienta y su lima de uñas, en donde se producen
situaciones que congregan aspectos muy diversos de la vida humana, siempre
relacionados con prendas de ropa específicas que remiten a ellos. El vestuario
es la excusa para representar el amor, la muerte, los sueños, la belleza. Todos
los personajes entran a la tienda de ropa usada buscando satisfacer una
necesidad inmediata y salen con mucho más que un vestido o una chaqueta. En
cada uno de los relatos lo que está detrás es una relación metonímica entre la
ropa y la experiencia vital: hay un traje apropiado para cada ocasión de la
existencia. La dependienta de la lima en mano es el hilo conductor de la
mayoría de las historias: siempre está presente, indicando con su dedo, y
exhibiendo, así como las prendas de ropa, un amplio abanico de emociones. No sé
si pudiese catalogarse este conjunto de microficciones enlazadas como
micronovela; lo que sí puedo decir con certeza es que constituyen un universo
ficcional autónomo, cargado de sentido, que roza sutilmente lo carnavalesco.
Dentro de este magnífico conjunto, quisiera destacar cuatro
episodios. El primero de ellos es “Ropa usada III”, relato que proclama una poética
propia que puede ponerse en diálogo con la relación cuerpo-escritura que
definíamos al principio. El segundo término de la díada se amplia, en tanto
remite a lo estético en general, para proponer como conclusión que “La belleza
es algo impensado”. “Ropa usada V”, por su parte, da un giro siniestro al
proverbio “el traje no hace al monje” para mostrarnos que en este caso sí es
posible que la ropa dé forma al individuo y, más aún, prácticamente lo posea.
En este relato, además, se intuye nuevamente la historia de violencia política
como sustrato. “Ropa usada VII”, sutil relato de venganza, da cuenta de un gracioso
y siniestro intertexto con Cortázar, además de remitir a referentes culturales
complejos que contrastan agudamente con el recurso fantástico. Por último, en “Ropa
usada IX”, accedemos a lo maravilloso: las prendas de vestir de la tienda cobran
vida; la ropa permite una suerte de reencarnación de sus antiguos dueños. Así
como la escritura hace cuerpo y el cuerpo hace escritura, la gramática del
vestido convoca al cuerpo que lo vistió y el cuerpo llena de sentido sus formas.
El libro termina, como corresponde a tan buena ejecución, con un baile
extravagante, que reproduce los bemoles de la vida. En la tienda de ropa usada
reina al final “un aire de festejo y de tragedia, de desencanto y euforia”.
No me queda sino felicitar a Pía por esta excelente obra,
que constituye un hito más en su impecable trayectoria literaria, y a Lorena
por el acierto de publicarla.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario