martes, 23 de septiembre de 2014

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"Presentación de Ropa Usada de Pía Barros"

Carolina Pizarro Cortés. Doctora en Literatura.




Presentación de Ropa Usada de Pía Barros


Carolina Pizarro Cortés
Instituto de Estudios Avanzados
Universidad de Santiago

             
Ropa usada es un notable conjunto de microcuentos, microrrelatos o microficciones. Más allá del amplio abanico de nombres posibles para un mismo artefacto lingüístico, las definiciones que se han hecho de este tipo de ejercicios narrativos tienen en común el destacar, como una de sus rasgos característicos, su concisión o brevedad. En efecto, hay ciertas convenciones que fijan su extensión en una página a lo sumo, y como es bien sabido, una de sus versiones más breves es una narración que cabe completa en una frase.

En la historia de la literatura, sin embargo, es posible encontrar desde tiempos remotos formas estético-narrativas que también se caracterizan por su brevedad. ¿Qué diferencia hay, entonces, entre una fábula antigua o un exiemplo medieval y un microcuento contemporáneo? Como señala Juan armando Epple, uno de los pioneros en la reflexión sobre su estética, “Lo que distingue a estos textos como relatos es la existencia de una situación narrativa única, formulada en un espacio imaginario y en su decurso temporal, aunque algunos elementos de esta tríada (acción, espacio, tiempo), estén simplemente sugeridos”.  A esta unidad estilística que prescinde de los detalles, se suma también el hecho de que los microrrelatos funcionan como la punta de un iceberg, pues son ficciones que suelen basarse en otros textos, que su lector o lectora debe conocer y por lo mismo activar para completar el sentido del relato breve. Si bien este principio se cumple a cabalidad en los microcuentos con una clara vocación intertextual, no necesariamente es válido para otros, esos que no dan cuenta, a través de indicios, de la presencia de un texto previo –o hipotexto, como se lo conoce en jerga teórica– reconocible como tal. Lo que parece estar detrás de esta variante es también una masa contundente que se adivina bajo la superficie, pero que ya no está hecha de textualidades, sino de experiencias, tanto sociales como individuales. Creo que en este volumen de microcuentos de Pía Barros, aun cuando hay guiños literarios, el segundo tipo es el que domina la escena, lo que otorga al conjunto una fuerza especial.

El libro se divide en dos partes: la primera reúne un total de 27 microrrelatos de temas y estilos variados, sin unidad explícita.  La segunda, que lleva el subtítulo que identifica al volumen completo, “Ropa usada”, está compuesta por nueve narraciones que se llaman igual, solo distinguibles por el número romano que sucede al nombre. Veo aquí un contraste interesante: lo fragmentario versus la unidad, que no se limita a la presentación de dos libros en uno, por cuanto hay entre una y otra parte sutiles hilos conductores, ecos y espejeos, que tienen que ver con esa materia densa que se adivina bajo la punta del iceberg.

En la miscelánea inicial, sin ir más lejos, es posible distinguir algunas constantes de orden temático que aparecen aleatoriamente en los distintos relatos. Uno de estos temas, bellamente tratado, es la relación entre el cuerpo y la escritura. Relatos como “Cuento tal vez oído en un bar a las tres de la mañana”, “Fracasos literarios”, “Historias tontas” y “Literatura” funcionan en este registro. El primero es una reescritura fantástica –más aún que el original– de Las mil y una noches. Una Sherezade de cuerpo escriturado que contiene en sí todos los textos es la garantía de una vida larga y feliz tanto para el escritor como para el lector de los relatos que ella contiene. Algo similar observamos en “Historias tontas”, en donde el cuerpo de un marinero lleva impresa una vida completa legible a través de sus cicatrices. La literatura, en todos los sentidos posibles del término, literalmente se encarna, constituyendo un continuo con el sujeto. Estos cuatro microrrelatos, como veremos a continuación, pueden ser visto como una micropóetica explícita que toma distintas formas en los otros cuentos.

Una segunda línea temática que se desarrolla en la primera parte del libro es la del mal amor: “Cuestión de confianza”, “Ruidos”, “Sin tregua”, “Excrecencias”, “Geografías”, “Pasiones”, “Imágenes de San Salvador”, “Las pieles del regreso”, “Prefiguración de la nostalgia” y “Contagio” giran en torno de los sentimientos amorosos, vividos por sus protagonistas con dolor. Se trata de micro-boleros en que el amor se funde con el padecimiento, las más de las veces físico, lo que nos permite pesquisar un diálogo, tanto en el fondo como en la forma, con representaciones latinoamericanas del sentimiento que nos son tan familiares. En este caso, la densidad que subyace a los relatos es de carácter cultural; hay una experiencia social del amor que se tematiza de distintas formas. El cuerpo tiene aquí también sitio de honor, apareciendo en la mayor parte de estos relatos como el campo de batalla en el que se experimenta el sufrimiento por la amada o el amado. Por lo mismo, se trata de relatos intensos, con una fuerte carga poética, pero que preservan un tinte irónico que permite percibir nuevas aristas del tema amoroso.

Un tercer hilván que quisiera sugerir es el que une a los cuentos cuya temática es la represión y/o la rebelión. Dentro de esta línea se encuentran “Vandalismo”, “Redada”, “Prohibiciones”, “Sobrevivientes” y “Reflejos”. Se adivina tras ellos la referencia a la historia política latinoamericana, a su pasado reciente, a hechos frente a los cuales los sujetos resisten o sucumben. En el tratamiento de este tema también vemos un giro, en la medida que se incorpora la mirada de las nuevas generaciones. Estos cinco microrrelatos componen una breve constelación sobre el problema de la memoria, y responden, con distintas variantes, a la pregunta sobre qué hacer con ese pasado que no se resuelve.

El cuarto hilo conductor, que también está contenido en varios de los relatos antes mencionados, es el crimen. “Camino al hogar” y “Territorios” pueden leerse como micro-policiales del horror, en que la psicopatía y los bajos fondos aparecen representados. En el primero, la muerte violenta hace su aparición ya consumada; en el segundo, se esconde tras los gestos de una dulce niña. Lo familiar en ambos casos se presenta como todo lo contrario, tanto porque la familia como institución adquiere tintes siniestros como porque eso siniestro invade los espacios cotidianos.

Un tratamiento novedoso sobre el tema de la muerte es el que constituye la última línea de sentido que vemos aparecer en la primera parte del libro. “Testamento” y “La de bien morir” se mueven en este registro singular que nos enfrenta al deceso esperado y sus consecuencias inmediatas para los deudos del muriente. En ambas historias, que recortan de alguna manera el momento de tránsito o transición, el que muere se va con rabia e intenta dejar como herencia ese sentimiento.

Hasta aquí, como hemos visto, es posible encontrar rutas de lectura en un mosaico altamente sugerente, que remite de una u otra forma a lo corporal sensible, en vinculación con una historia y una cultura que nos es propia. La segunda parte del libro, de manera complementaria, lo que se propone es vestir este cuerpo con diferentes ropajes. Las distintas versiones de “Ropa usada”, desde la I a la IX, constituyen variaciones sobre un mismo tema, al modo como funciona una pieza musical.  Se trata de una serie de historias que giran en torno de una tienda misteriosa, suerte de micro-mundo habitado por una dependienta y su lima de uñas, en donde se producen situaciones que congregan aspectos muy diversos de la vida humana, siempre relacionados con prendas de ropa específicas que remiten a ellos. El vestuario es la excusa para representar el amor, la muerte, los sueños, la belleza. Todos los personajes entran a la tienda de ropa usada buscando satisfacer una necesidad inmediata y salen con mucho más que un vestido o una chaqueta. En cada uno de los relatos lo que está detrás es una relación metonímica entre la ropa y la experiencia vital: hay un traje apropiado para cada ocasión de la existencia. La dependienta de la lima en mano es el hilo conductor de la mayoría de las historias: siempre está presente, indicando con su dedo, y exhibiendo, así como las prendas de ropa, un amplio abanico de emociones. No sé si pudiese catalogarse este conjunto de microficciones enlazadas como micronovela; lo que sí puedo decir con certeza es que constituyen un universo ficcional autónomo, cargado de sentido, que roza sutilmente lo carnavalesco.

Dentro de este magnífico conjunto, quisiera destacar cuatro episodios. El primero de ellos es “Ropa usada III”, relato que proclama una poética propia que puede ponerse en diálogo con la relación cuerpo-escritura que definíamos al principio. El segundo término de la díada se amplia, en tanto remite a lo estético en general, para proponer como conclusión que “La belleza es algo impensado”. “Ropa usada V”, por su parte, da un giro siniestro al proverbio “el traje no hace al monje” para mostrarnos que en este caso sí es posible que la ropa dé forma al individuo y, más aún, prácticamente lo posea. En este relato, además, se intuye nuevamente la historia de violencia política como sustrato. “Ropa usada VII”, sutil relato de venganza, da cuenta de un gracioso y siniestro intertexto con Cortázar, además de remitir a referentes culturales complejos que contrastan agudamente con el recurso fantástico. Por último, en “Ropa usada IX”, accedemos a lo maravilloso: las prendas de vestir de la tienda cobran vida; la ropa permite una suerte de reencarnación de sus antiguos dueños. Así como la escritura hace cuerpo y el cuerpo hace escritura, la gramática del vestido convoca al cuerpo que lo vistió y el cuerpo llena de sentido sus formas. El libro termina, como corresponde a tan buena ejecución, con un baile extravagante, que reproduce los bemoles de la vida. En la tienda de ropa usada reina al final “un aire de festejo y de tragedia, de desencanto y euforia”.

No me queda sino felicitar a Pía por esta excelente obra, que constituye un hito más en su impecable trayectoria literaria, y a Lorena por el acierto de publicarla. 

"Astillas de hueso: Memorias fragmentadas y Microficción"

Francisca Rodríguez A. Escritora y Psicóloga. 


Memorias fragmentadas y Microficción
(Francisca Rodríguez A.)

Para los regímenes totalitarios “todo acto de reminiscencia, por humilde que fuese, ha sido asociado con la resistencia antitotalitaria” (Todorov, 2000; pág 14).


“Astillas de hueso” es un libro de microcuentos que nos presenta las memorias vinculadas al trauma psicosocial de la única manera en que pueden ser transmitidas: a pedazos. En trozos. Fragmentadas.

La memoria colectiva es una representación del pasado construida en el presente y compartida por varias generaciones, que se elabora en la comunicación con los otros y que se encuentra enmarcada por un determinado contexto social. De esta manera, la construcción del pasado no está determinada de un modo irrevocable y cuando aparecen nuevos hechos que se relacionan con él, pueden surgir reinterpretaciones y cambios en las narrativas (Jelin, 2002).

Los aniversarios de hechos considerados significativos son algunos de los momentos que visibilizan la memoria, con la realización de conmemoraciones y manifestaciones (Jelin, 2002).

No es casualidad que nos hayamos reunido un 4 de septiembre para presentar “Astillas de Hueso”, la misma fecha en la que hace 44 años fue elegido Salvador Allende como presidente de la República. Tampoco es casualidad que la primera edición de este libro, del año 2013, fuese de circulación restringida y haya sido entregado de mano en mano, como una forma de conmemorar los 40 años del Golpe Militar en Chile, recordándonos también cómo circulaban entonces ciertos libros considerados tan peligrosos como las armas. E incluso más.

La memoria se torna crucial cuando se vincula a eventos traumáticos, como las situaciones de terrorismo de Estado. Una de las consecuencias de la represión política, es la instalación del trauma psicosocial, que deshumaniza “las relaciones sociales más fundamentales” (Martín-Baró, 1990, pp 16).

Cuando se utiliza la intimidación para gobernar, ya sea a través del discurso político de la autoridad o bien, por medio de acciones represivas hacia la población por parte del Estado, la representación colectiva que los miembros de la sociedad tienen de sí mismos y de dicha sociedad se ve afectada. Las relaciones sociales son invadidas por la desconfianza, el abuso de poder, la delación y la inestabilidad. La vida cotidiana se transforma ante la posibilidad de experimentar dolor y sufrimiento, así como la muerte propia y de otros cercanos (Lira y Castillo, 1991) y el silencio se impone como una obligación, al tener que callar para no ser víctima de violaciones a los derechos humanos.

Al ser de un horror tan inimaginable, el psiquismo no alcanza a simbolizar la experiencia y las palabras no facilitan su transmisión. La represión política se vuelve decisiva en cómo se construyen esas memorias, marcando aquello que se puede o no recordar, callar, olvidar o elaborar y emerge otro tipo de silencio, el que intenta evita la transmisión transgeneracional de los sufrimientos vividos, con el afán de mantener a los otros a salvo de esto (Jelin, 2002).

Aún así, la memoria no intencionada se filtra por los resquicios, o por “La grieta en el muro” tras un terremoto, como señala la escritora. Al estar cruzada por el silencio y ante la falta de una política de la memoria, su articulación se ve interrumpida. Existe una memoria disgregada y parcial, que obstaculiza que el recuerdo pueda circular libremente.


Astillas de la memoria

Este es un libro que conmueve, que estremece. Página a página, los microcuentos que conforman este libro van develando algunos de los fragmentos de la memoria.

En los textos “Fronteras del territorio” y “Ensacados” recrea algunas de las prácticas utilizadas para negar, distorsionar, encubrir y acallar el recuerdo, que van desde la tergiversación de la información y el monopolio de los medios de comunicación, hasta la forma más extrema de eliminación de la memoria: la de aniquilar de todas las maneras posibles a aquellos sujetos portadores de ésta.

Cada microrrelato evidencia una cuidadosa selección de palabras y frases que dan cuenta de la intención de la autora por rescatar elementos de nuestra memoria colectiva, como ocurre en el caso del texto “Fondeo”, en el que da cuenta del origen de una palabra y el cambio en su acepción, todas vinculadas con la violencia política. En el microcuento “Intrínsecamente inverosímil IV”, teje un discurso en el que integra frases de épocas más recientes, que recuerda a cierto senador de derecha que acuñó la frase de “inútiles subversivos”. Con el texto “Mano dura”, dan cuenta de los símbolos utilizados por la dictadura chilena como parte de los mecanismos de intimidación de la población.

En “Brigada azul” y “El príncipe” retrata, desde la perspectiva de los agresores, el desprecio por la vida humana y la negación del carácter humano del Otro, que es considerado un enemigo, característico de las situaciones de represión política y tortura.

La retraumatización se hace manifiesta cuando lo que plantean las versiones oficiales contrasta con las significaciones que circulan en la sociedad. Dicho contraste queda al desnudo en la serie de textos “Intrínsecamente inverosímil” y “Dictamen forense”.

En “Ley de amarre” y “Código de silencio”, la autora retrata la impunidad, que junto al silencio y el olvido, ejes centrales de las políticas post-dictaduras, han imposibilitado “la elaboración colectiva, haciendo que los efectos de la etapa del terror se mantuvieran activos hasta nuestros días” (Giorgi, 1995, en Scapusio, 2006, pp 16).  Así, el contexto de impunidad es el principal mecanismo de perpetuación del trauma en las nuevas generaciones, perturbando los procesos de duelo de la sociedad y la reparación de las víctimas de los regímenes totalitarios (Madariaga, 2003).

No obstante, “Astillas de hueso” también muestra algunos intentos tardíos por hacer justicia, como señala el texto “Patio 29” o “Sentencia”, que la describe dejando “huellas torcidas que no se borraban de la memoria”.

Si bien varios de los textos abordan la memoria reciente de nuestro país, la autora logra trenzar a lo largo del libro las memorias traumáticas pertenecientes a otros tiempos, como el texto “Cementerio 2” y “Tiro al blanco”; y las memorias de otros pueblos, como los mexicanos, guatemaltecos, rusos y griegos, entre otros.

Así vuelve a parecer “Lena”, la leona con la lengua cortada; “Los jinetes negros de Iván” y su semejanza con la caravana de la muerte; “Las cruces de Santiago de Atlitán” y el dolor de Guatemala; el miedo que provocaban los Kaibiles y su vinculación con la Escuela de las Américas y Estados Unidos.

Son varias las alusiones a la historia y cultura mexicanas, como con “Xipe totec, el desollado”, la plaza de Tlatelolco y ese 2 de octubre que no se olvida y “Tehuacanazo”. Cabe mencionar que la primera edición de este libro iba dentro de una bolsa de tela, emulando a los tlaquimilolli, que como es narrado en tres de los textos, eran los atados de huesos de sus antepasados que los mexicas cargaban en la espalda cada vez que se trasladaban, con la idea de que sus muertos les pertenecían y eran parte de su historia.

Este es un libro que logra integrar la memoria nacional con la memoria de otras naciones, mostrando un abanico en el que la historia de las violaciones a los derechos humanos emerge transversal a cualquier cultura. Es un texto que logra mostrar la universalidad de algunas situaciones, saliendo de la literalidad de la memoria e intencionando una memoria ejemplar, que sin negar la unicidad del hecho, se puede traducir en aspectos más generales, comparable a otras situaciones, destacando semejanzas y diferencias. Este es un libro que contribuye a que el pasado pase a ser una guía de acción para el futuro, mientras el recuerdo se transforma en un ejemplo generador de aprendizajes (Todorov, 2000).


Referencias

Aguilera, G. (2013) Astillas de hueso. Santiago de Chile: Ed. Sherezade.

Jelin, E. (2002). Los Trabajos de la Memoria. España: Ed. Siglo veintiuno.

Lira, E. y Castillo, M.I. (1991). Psicología de la amenaza política y del miedo. Santiago de Chile: Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos [ILAS]

Madariaga, C. (2003)  Daño transgeneracional en Chile. Apuntes para una conceptualización. Recuperado el 19 de Julio de 2006, de http://www.redsalud-ddhh.dm.cl/revistas/Danotransgeneracionalenchile.pdf

Martín-Baró, I. (1990) Introducción. En I. Martín-Baró (Ed.), Psicología social de la guerra: trauma y terapia. (pp 13-19). San Salvador, El Salvador: UCA Editores.

Scapusio, M. (2006) Transgeneracionalidad del daño y memoria. En Reflexión. Derechos Humanos y salud mental. Patio 29: Retorno de la incertidumbre (pp. 15-19). Nº 32, Julio 2006. Santiago de Chile: Ed. CINTRAS.


Todorov, T. (2000) Los abusos de la memoria. España: Ed. Paidós.

Catálogo 2014


ASTILLAS DE HUESO
Autor     : Gabriela Aguilera
Edición  : 2da, agosto.
ISBN     : 978-956-9417-03-0
Páginas  : 104
Tamaño : 10,3 x 13.5 cms.
Género   : Microficción

Valor: $3.000
DISPONIBLE.






ORDINARIO
Autor     : Luz Marina Vergara.
Edición  : 1ra, octubre.
ISBN     : 978-956-9417-04-7
Páginas  : 46
Tamaño : 10,3 x 13.5 cms.
Género   : Microficción

Valor: $3.000
DISPONIBLE.




ROPA USADA
Autor     : Pía Barros.
Edición  : 1ra, agosto.
ISBN     : 978-956-9417-05-4
Páginas  : 74
Tamaño : 10,3 x 13.5 cms.
Género   : Microficción

Valor: $3.000
DISPONIBLE.

¡Allá nos vemos!


3a PRIMAVERA DEL LIBRO

Editorial Sherezade estará en la 3a Primavera del Libro que se realizará en la comuna de Providencia. Los dejamos, a todos, cordialmente invitados.


3ra Feria de Editoriales Independientes – Primavera del Libro (del 02 al 05 de octubre)

Parque Bustamante (Metro Parque Bustamante)






Un cuento de Consuelo Tapia



La marca roja
(Consuelo Tapia)


Fue un día de invierno de 1957 cuando Marina bajó de la micro al final del recorrido, justo entre Valdivieso con Presidente Lincoln. Llovía con gran intensidad. Ella no tenía paraguas ni botas. Se acomodó el abrigo y miró con desaliento hacia Eisenhower, la última calle de la población, enclavada en el cerro.

     La subida hasta su casa se le haría interminable. La chiquilla ya preparaba su ánimo, porque cuatro calles más arriba, por cada paso que diera, sus zapatos se enterrarían en el barro, por lo que decidió sacárselos.

     Ya estaba por anochecer. Todos subían las anegadas calles con rapidez. En su mayoría eran obreros, de ambos sexos, que trabajaban en las fábricas ubicadas en la comuna de Conchalí. A ratos se escuchaba la voz de alguno exclamando un garabato, maldiciendo a cuanto pariente se le ocurriera. Luego, silencio. Una calle más arriba, una mujer mayor tropezó y cayó al barro, Marina y un hombre le ayudaron a pararse. Llegó el momento de despojarse de los zapatos, el contacto directo con el barro helado estremeció su cuerpo, pero hizo de tripas corazón y emprendió el último ascenso. A esas alturas de la subida ya se encontraba sola, podía desahogarse sin temor a ser escuchada.

     Con el barro casi hasta las rodillas encausa la rabia contra su padre, él y sus ideas políticas tienen la culpa de todo. Ya han pasado varios años desde que salió elegido el presidente que, según sus compañeros, los traicionó después de llevarlo al poder.

     Marina siempre se ha hecho las mismas preguntas: ¿Qué culpa teníamos mi mamá, mis hermanos y yo? ¿O será que a nosotros también nos han puesto una marca roja al lado del nombre?

     Sin encontrar a nadie que le sepa responder, Marina solo sabe que su papá no encuentra trabajo y que por eso los ha llevado a vivir a ese lugar inhóspito. La muchacha toma un descanso, ya no queda más subida, pero le falta sortear un último escollo: los malditos perros del canuto Alcaíno. Ahora avanza con los zapatos en una mano, sin soltar el paquete que lleva bajo el abrigo con algunas cosas que ha comprado para sus hermanos pequeños con el primer sueldo ganado en la fábrica textil donde se desempeña como cortadora de hilachas. Lista para emprender la carrera se acerca a la casa del susodicho, con sigilo mira buscando la figura de los dos pastores alemanes que, una vez que la divisan, salen enfurecidos tras ella.

     Por suerte, los perros del canuto no estaban. Agradeció a la lluvia, caminó en línea recta. Ya estaba a pocos metros de su actual morada, pero la nostalgia por la casa antigua, ubicada en un cité de la calle Toesca, retrasan su arribo. Sus pasos son lentos mientras piensa con pena en los días cuando, con el dinero que ganaba por ayudar con el planchado y el aseo de la casa parroquial, podía, junto a sus amigos, ir a la matiné a ver las películas de Errol Flint, Clark Gable y Tirone Power. Ya está a un paso de la pirca que separa la casa de la calle.

     Al fin llega, entra a la cocina y mira con impotencia que, desde diferentes partes del techo, caen goteras que forman pequeños charcos en el piso de tierra. Con los pies cubiertos de barro y con los ojos gotereando lágrimas de rabia, se dirige a la pieza que les sirve de dormitorio pensando en cómo su padre los ha podido llevar a vivir a una población con nombre gringo.

     A su mente llegan los nombres de las calles que ha tenido que subir: Jefferson, Wilson, General Clark, Lincoln, para llegar a Eisenhower donde se encuentra la casa, si es que se puede llamar casa a tres piezas de tablas con un techo de fonolas que casi se las llevó el temporal del otro día.
     Ya en el dormitorio se quita el abrigo empapado. En ese momento entró su madre llevando un lavatorio y un jarro con agua caliente. Los dejó en el suelo, luego la ayudó a desprenderse de toda la ropa mojada para, después, lavar sus pies.

     Limpia y con ropa seca, Marina se dio cuenta de la presencia de su hermana menor, quien no despegaba la mirada del paquete que estaba sobre una de las camas.

   —¿Qué hay ahí? ¿Es algo para la mamá? —preguntó con curiosidad.

Para ella,  con sus cinco años, no había nada más importante que el contenido de esa envoltura con papel humedecido.

     La pequeña no tiene idea de lo que le ha costado a su hermana llegar a casa y menos imagina que, durante días, ella, con sus 16 años, se ha hecho pedazos las manos de tanto cortar y cortar hilachas con las tijeras.

 —Mari, si quieres te ayudo a guardar lo que hay en el paquete que dejaste ahí —dice la pequeña.

     Sin contestar acarició los cabellos de la niña. Luego, un agradable olor proveniente de la cocina le hizo caminar hacia ella, seguida de su hermana. Su madre está cerca del fogón: «Ven, hija, ya está servido». Marina se acerca a la mesa, ante ella hay un plato con sopaipillas y una humeante taza de café de higo.

     Se sentó y empezó a comer. En medio del sonido de la lluvia se escucha un silbido, es su padre avisando su llegada. Al entrar, ella lo mira; el hombre venía con los zapatos en la mano, empapado. A Marina no le importa, él es el culpable de todas sus desgracias. En un instante todo cambió, la lluvia se detuvo, la cara de su madre esbozó una sonrisa al ver un sobre que contenía la paga de una semana de trabajo, después de muchas sin recibir nada.


     Con la buena noticia, Marina se sentía contenta. A la luz de un choncho a parafina, conversaba con su hermano. Ahora hacen planes. Con el sueldo de su padre, el de ella y lo que él ganará en la fábrica de plásticos podrán ahorrar para cambiarse de casa y quizás les alcance para ir al cine Gardel, aunque este sea un galpón de tabla ubicado en la calle Valdivieso.

Tres microcuentos de Palmenia San Martín

El silencio

 No eres el compañero que elegí para llegar al final del camino, pero te tolero y acepto. Ven, deme tu mano, tenemos que recorrer el camino que aún nos falta para llegar.



La torre

Cuando ya no pudo sobrellevar su dolor, edificó una torre de silencio y se encerró en ella. Tapió ventanas, puso candados interiores y alfombró pisos para acallar sus pasos.

Entonces, ya nadie pudo ver su tormento, escuchar sus gemidos ni contemplar su llanto. Ya no sufre —dijeron todos— y se olvidaron de ella. Pero una noche estalló la torre. Los que acudieron a observar el derrumbe pudieron ver, entre los escombros, un corazón que, con mucho esfuerzo, daba sus últimos latidos.



Fragmentos

Cada mañana recojo los fragmentos de mis sueños, intento recomponerlos para saber qué intentan decirme. Pero se han vuelto huraños, herméticos, se diluyen con la mañana, como fantasmas de una fortaleza, que huyen al llegar el día, sin entregar el mensaje que mi alma y mi corazón gritan.